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Prólogo de que nada se sabe de francisco sanchez

Prólogo de que nada se sabe de francisco sanchez

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Ensayo
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06/27/2012

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Prólogo de "Que nada se sabe" de Francisco Sánchez.Al lector.Innato es en los hombres el deseo de saber, pero a pocos es concedida la ciencia. Y no ha sido enesta parte mi fortuna diversa de la del mayor número de los hombres.Desde mi primera edad, aficionado a la contemplación de la naturaleza, dime a inquirirminuciosamente sus secretos; y aunque, al principio, mi espíritu, ávido de saber, solía contentarse con elprimer manjar que de cualquier modo se le ofreciese, no se pasó mucho tiempo sin que, presa de graveindigestión, comenzase a arrojar de sí tan mal acondicionados alimentos.Comencé entonces a buscar algo que mi mente pudiera asimilar y comprender con facilidad yexactitud, algo en cuyo conocimiento y certidumbre hallara luz y reposo, mas nada encontré que a llenarviniera mis deseos. Revolví los libros de los autores pasados; interrogué a los presentes: cada cual decíauna cosa distinta; -ninguno me dio respuesta que del todo me satisficiese.Confieso que en algunos avizoré y entreví ciertas sombras y dejos de verdad, pero ni uno solo memostró, sincera y definitivamente, la verdad absoluta ni aun me dio un juicio recto y desinteresado de lascosas.Entonces me encerré dentro de mí mismo y poniéndolo todo en duda y en suspenso, como si nadie enel mundo hubiese dicho nada jamás, empecé a examinar las cosas en sí mismas, que es la únicamanera de saber algo. Me remonté hasta los primeros principios, tomándolos como punto de partidapara la contemplación de los demás, y cuanto más pensaba más dudaba: nunca pude adquirirconocimiento perfecto.Sentí una profunda desesperación, mas persistí no obstante en mi ardentísima y angustiosa empresaintelectual. Volví a acercarme a los maestros, y de nuevo les pregunté con ansia por la verdad codiciada.¿Y qué me contestaron? Cada uno de ellos se había construido una ciencia con sus propiasimaginaciones o con las ajenas, de las cuales deducían nuevas consecuencias, más fantásticas aún, yde esas consecuencias artificiales inferían otras y otras, fuera ya de las cosas mismas, hasta dar en unlaberinto de palabras sin fundamento alguno de verdad. Así, en vez de una recta interpretación de losfenómenos naturales, se nos ofrece un tejido de fábulas y ficciones que ningún cabal entendimientopuede recibir. Pues ¿quién ha de comprender lo que no existe: los átomos de Demócrito, las ideas dePlatón, los números de Pitágoras, los universales de Aristóteles, el intelecto agente y todas esasfamosas invenciones que nada enseñan ni descubren si no es el ingenio de sus artífices? Con este cebopescan a los ignorantes, prometiéndoles que les revelarán los recónditos misterios de la naturaleza, y losinfelices lo creen a pie juntillo, tornan a resobar los libros de Aristóteles, los leen y releen, los aprendende memoria, y es tenido por más docto el que mejor sabe recitar el texto aristotélico.¡Qué profunda miseria! Si tú, pensador de buena fe, les niegas algo a los tales de lo que allí secontiene, te llamarán blasfemo; si arguyeres en contra te apellidarán sofista. ¿Qué les vas a hacer?Engáñense en buena hora los que quieran vivir engañados. Yo no escribo para tales hombres; ni aunpretendo que lean mis escritos. No faltará, sin embargo, alguno de ellos que leyéndome y noentendiéndome (¿qué sabe el asno del son de la lira?) pretenda hincarme el diente venenoso; pero lesucederá lo que a la sierpe de la fábula esópica, que quiso morder la lima y sólo consiguió quebrarse losdientes en el acero. Yo aspiro a que me lean y entiendan los fuertes y juiciosos varones que no estánacostumbrados a jurar sobre las palabras de ningún maestro, sino a examinar las cosas por sí mismos, aacometer con su propia espada todas las cuestiones, guiados por el sentido y la razón.Tú, lector desconocido, quienquiera que seas, con tal que tuvieres la misma condición ytemperamento que yo; tú, que dudaste muchas veces, en lo secreto de tu alma, sobre la naturaleza delas cosas, ven ahora a dudar conmigo; ejercitemos juntos nuestros ingenios y facultades; séanos a losdos libre el juicio, pero no irracional.
 
Pero dirásme, por ventura: -¿Qué novedades puedes tú traerme después de tantos y tan ilustressabios como en el mundo han sido? ¿Te estaba esperando a ti solo la verdad? -Ciertamente que no -respondo al punto-. Pero ¿acaso la verdad les había esperado antes a ellos? Porque Aristóteles hayaescrito, ¿me he de callar yo? ¿Por ventura Aristóteles llegó a apurar en sus obras toda la potestad de lanaturaleza y abrazó todo el ámbito de los seres? No creeré tal aunque me lo prediquen algunosdoctísimos modernos exageradamente adictos al Estagirita a quien llaman dictador de la verdad y árbitrode la ciencia. No: en la república de la ciencia, en el tribunal de la verdad, nadie juzga, nadie tieneimperio sino la verdad misma. Yo tengo a Aristóteles por uno de los más agudos y sutiles escudriñadoresde la naturaleza que hubo en el mundo; yo le admiro como a uno de los más fértiles ingenios que haproducido la especie humana: pero afirmo, también, que ignoró muchas cosas, que en otras muchasanduvo vacilante, que enseñó no pocas con grande confusión, que algunas cuestiones las tratósucintamente o las pasó y huyó por no atreverse a afrontarlas. Hombre era al fin, lo mismo que nosotros,y hartas veces, contra su voluntad, hubo de dar muestras de la limitación y la flaqueza humanas. Tal esnuestro juicio. Suceden tiempos a tiempos, y con los tiempos se mudan las opiniones de los hombres;cada cual cree haber encontrado la verdad, siendo así que de mil que opinan variamente sólo uno puedeestar en lo cierto. Mas dentro de esa fatal y común flaqueza, todos los hombres deben ejercitar susfacultades y, sin curar de opiniones ajenas, aun a costa de errores y caídas, investigar las cosas por símismos.Séame, pues, licito, como a todos los demás, y con ellos o sin ellos, hacer la misma indagación. Quizáencuentre, al apartarme de las antiguas autoridades, un destello de la verdad que busco. Y no te admire,lector, que después de tantos y tan ilustres varones venga yo, tan humilde, a mover de nuevo esta roca,pues no sería la primera vez que un ratoncillo rompiese los lazos que sujetaban al león; más fácilmentecobran la presa muchos perros que uno solo.Y no por eso te prometo la verdad, pues yo la ignoro lo mismo que todas las demás cosas;únicamente prometo inquirirla en cuanto me sea posible, para ver si sacándola de las cavernas en quesuele estar encerrada puedes tú perseguirla en campo raso y abierto. Ni tampoco tengas tú muchasesperanzas de alcanzarla nunca ni, menos, de poseerla; conténtate, como yo, con perseguirla. Éste esmi fin, éste es mi propósito, éste debe ser también el tuyo. Empezando, pues, por los principios de lascosas, vamos a examinar los fundamentos más graves de la filosofía, los que pusieron por base a susdoctrinas los más insignes pensadores. Pero no me detendré mucho en cuestiones particulares, porquequiero llegar pronto a exponer aquellas nociones filosóficas que sirven de cimiento a la medicina, decuyo arte soy profesor. Si quisiera recorrer todo el campo vastísimo de la ciencia, la vida no me bastara.Ni esperes de mí compuesta y atildada expresión. Si me pusiera a escoger las palabras y a usar degiros elegantes, la verdad se me escaparía de entre las manos. Si buscas elocuencia, pídesela aCicerón, cuyo era este oficio: yo hablaré con suficiente hermosura si hablare con suficiente verdad.Quédense las bellas palabras para los poetas, los cortesanos, los amantes, las meretrices, los rufianes,aduladores, parásitos y gentes de esa laya, que tanto se precian de hablar bien. A la ciencia le bastasiempre, porque es lo único necesario, la propiedad del lenguaje.Tampoco me pidas autoridades ni falsos acatamientos a la opinión ajena, porque ello más bien seríaindicio de ánimo servil e indocto que de un espíritu libre y amante de la verdad. Yo sólo seguiré con larazón a sola la naturaleza.
La autoridad manda creer; la razón demuestra las cosas; aquélla es aptapara la fe; ésta para la ciencia.
 Y quiera Dios que con el mismo ánimo que yo, sincero y vigilante, escribo estos renglones, los recibastú, vigilante y sincero, y los juzgues con mente sana y libre, rechazando con firmes razones aquello quete parezca falso (cosa para mí agradable por ser tan propia de un filósofo) y sin necesidad de injurias(cosas, al fin, de mujerzuelas, indignas de un filósofo y para mí, por tal, muy desagradables), aprobandoy confirmando, últimamente, aquello que te parezca verdadero.Lo cual aguardo que hagas, en espera de futuras y más provechosas investigaciones. Vale."Texto 1
 
"Hay tal concatenación entre todas las cosas que ninguna está ociosa, sino que, más bien, se opone ofavorece a otra; más aún, la misma cosa está destinada no sólo a perjudicar a muchas, sino también aayudar a muchas otras. De aquí se sigue que, para el perfecto conocimiento de una sola, hay queconocerlas todas. Mas... ¿quién es capaz de eso? Nunca he visto a nadie que lo sea. Por esta mismarazón, unas ciencias ayudan a otras, y una contribuye al conocimiento de la otra. Incluso, y esto es másimportante, una sola no puede ser conocida perfectamente sin las otras, y por eso unas se ven obligadasa sufrir cambios por influencia de otras, pues sus objetos están de tal manera relacionados entre sí quedependen mutuamente y son mutuamente causa el uno del otro. De donde se sigue de nuevo que nadase sabe, porque ¿quién conoce todas las ciencias?" (pag. 87).Texto 2"El conocimiento que se tiene de lo externo mediante los sentidos es superado en certeza por el quese obtiene con lo que está en nosotros o por nosotros es producido. Pues estoy más cierto de que tengoapetito y voluntad, de que ahora estoy pensando esto, de que hace poco evitaba aquello o lo detestaba,que de estar viendo un templo o a Sócrates" (pág. 120).Fragmento del resumen final del autor."Es mi propósito fundar, en cuanto me sea posible, una ciencia segura y fácil, basándola no enquimeras y ficciones, ajenas a la realidad de las cosas, y útiles sólo para mostrar la sutileza y el ingeniode quien escribe, sino en los métodos firmes y positivos que puedan conducir a una concepción científicaverdaderamente racional y elevada.No me faltaran a mí tampoco agudezas ni ingeniosas invenciones, como al más pintado, si en talesartificios y arrequives hallara yo contentamiento. Mas ¿qué deleite puede hallar un ánimo severo y libre,que sienta la sed de la verdad, en esas ficciones, divorciadas de la naturaleza, que antes engañan queinstruyen y acaban por confundir lo falso y lo verdadero? ¿Cómo llamarle ciencia a ese tejer y destejerde sueños, de imposturas y delirios, a esa invención de charlatanes y prestidigitadores?Tú, lector, juzgarás de todo ello: lo que aquí te pareciere bien recíbelo con amor; lo que aquí tedisguste no lo rechaces con odio, pues fuera cruel hacer daño a quien intenta fustigar errores.Examínate a ti mismo. Si algo sabes, enséñamelo. Te daré las gracias.Yo, en tanto, ciñéndome a examinar las cosas, propondré en otro libro si es posible saber algo y dequé modo; esto es, cuál puede ser el método que nos conduzca a la ciencia en cuanto lo permita lahumana fragilidad.-VALE."Pequeña biografía.El médico de origen español (las malas lenguas dicen que era judío) habría nacido en 1552 en laciudad de Tuy o en Braga, según de qué lado de la frontera hispanolucitana sea el historiador que secite. A temprana edad se muda junto a sus padres a Francia, a la ciudad de Burdeos donde comenzó aestudiar medicina, luego se traslada a Italia para completarlos pasando una larga temporada en Roma.Se gradúa finalmente en Motpellier en 1573 siendo ayudante del famoso médico Huchet. Fue profesordesde los 24 años en esa plaza universitaria, actividad que mantuvo durante once años. Debido a lasguerras de religión que afectaron su carrera académica tuvo que mudarse a Toulouse donde seestableció hasta su muerte acaecida a los 70 años de edad. Hasta entonces ejerció la profesión demédico adquiriendo gran fama entre sus compatriotas españoles recidentes en Francia y entre losfranceses también. Se le atribuye con sus escritos el haber inspirado a Descartes, que como mencioné alprincipio se considera el padre del escepticísmo racionalista pero lo cierto es, en mi humilde opinión, queeste obscuro médico español bien podría llamarse el abuelo de la escuela escéptica moderna.

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